lunes, 7 de abril de 2008

En tan sólo una mirada

Una de esas noches caminaba apresurada pensando en mil y un cosas que debía hacer al llegar a casa, ordenando en mi cabeza de qué manera puedo hacerlo en menor tiempo y sin retrasos, incluso concluí que si mis pasos eran más acelerados alcanzaría a ahorrarme un quehacer de mañana, haciéndolo este día con un poquito de desvelo, no importa.

A una distancia pude darme cuenta que era mi casa la que no tenía la entrada iluminada, pensando, dije: ¡siempre yo tengo que prender la luz! ¡no entiendo por qué se olvidan! Sacudo los pies como de costumbre para entrar, y… ¡sorpresa! Mi madre con una vela: Ay hija, los fusibles volaron, ya llamé al electricista.

Puuuchalera! mi palabra desahogante que prefiere reemplazar a otras. Y ahora? No puede seeeerrr, tengo que terminar mis cosas hoy. Bendito apagón, qué factor tan negativo que atrasan mis planes. Ni modo, a regañadientes tomo una vela, y retando a la oscuridad me propuse a encontrar un documento, quizás si lo encontraba me sentiría mejor de lo frustrada que estaba.

Antes de derretirse la vela salgo de mi cuarto y rendida me siento en la vereda de mi patio, sin ese documento pero con un suspiro pesado que me salió del fondo, miré hacia arriba, lo mejor que pude hacer hasta el momento (y que no estaba dentro de mi agenda), y vi un hermoso manto negro rociado de una escarcha brillante. Uau! Hacía mucho tiempo que no me ponía a observar el cielo de noche, y creo que hasta ni de día. Qué belleza inigualable, no recuerdo cuanto tiempo me quedé mirando, me trajo tantos recuerdos de niñez, en la que me caracterizaba de ser una muchacha callada, solitaria y soñadora, que subía al techo de la cochera para sólo mirar el firmamento, pues en él yo proyectaba las mejores películas de aventura creadas en mis sueños.

Nació una sonrisa en mi rostro, apagué la vela ya que distraía la iluminación de la majestuosa luna, momento desestresante sin duda, y pensar que siempre lo tuve ahí, en tan sólo una mirada.

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